Thursday, June 27, 2013

Intoxicada


Yo pintaba platos esa noche. Un día había visto una mina que lo hacía y como con todo, yo miro dos minutos y me creo (la mayoría de las veces engañada) que lo puedo hacer. De ser así hubiese sido patinadora, esas que hacen figuras caches sobre el hielo. Básicamente lo hice para levantarme a un chico que me gustaba. ¿Es que acaso existe alguna otra motivación que el sexo para hacer locuras? Entonces anoté los elementos que tenía que comprar, partí con mi listita y volví con miles de pigmentos en polvo de nombres maravillosos como “Azul de Prusia” que se tenían que mezclar con un aceite. Ponías el polvito en un plato, dejabas caer unas gotas del aceite, mezclabas con una espátula diminuta y estaba el esmalte listo para usar. En el plato blanco había dibujado en negro (a mano alzada) y con pincel fino iba pintando, llenando los espacios como un vitraux salvo que en el horno el negro desaparecería por completo. El aceite tenía un dejo a clavo de olor y alcanfor (fuerte) que te iba mareando a las pocas pinceladas. Obviamente yo pintaba con la tele encendida porque soy una artista a medias y siempre lo fui. En el noticiero pasaban el caso de un chiquito que se había caído en un pozo muy profundo en un barrio que ya no me acuerdo. Hacía horas ya estaban tratando de rescatarlo, pasando agua y no sé qué cosas más. Yo escuchaba de fondo y cada tanto levantaba la mirada del plato lleno de colores como para descansar del alcanfor y el clavo y veía las imágenes en la televisión.
Pinté muchas horas; la tele siempre de fondo. Cuando puse a secar el último plato, sacaron al chiquito del pozo. Estaba muerto. Hay varios olores a muerte en mi cerebro confundido. El alcanfor y el clavo de olor, por ejemplo.

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Saturday, June 08, 2013

Flashbacks

Mi padre me llama por teléfono y me hace un largo recuento de doscientas anécdotas de mi infancia que ya conozco de memoria y escuché mil veces. No me acuerdo los hechos, claro, pero sí los cuentos, tanto que se confunden con recuerdos aunque después me doy cuenta de que es imposible.
Está la anécdota de cómo llegaba tarde de una filmación y entraba en mi cuarto y se acostaba al lado de la cuna. Parece que yo siempre dejaba una mano asomando, el me acercaba un dedo, yo lo agarraba y así nos dormíamos los dos. También me vuelve a contar de cómo me tiraba de palito de la misma cuna trepándome cuidadosamente y después saltando al vacío. Después del ¡pum! me escuchaba correr por el pasillo y a los segundos veía los rulos desordenados asomando por la puerta de su cuarto. Ahí, era bajar una mano en forma de ascensor donde yo me sentaba y subirme como en montacargas a la cama.
Hay más. Me hace una atrás de otra, casi que no puede detenerse si yo no lo freno con la excusa del asado al que me tengo que ir. No es que sea mentira lo del asado pero la verdad es que quiero cortar y llorar y que no me escuche. Porque después me doy cuenta o creo darme cuenta de lo que le pasa.
La enfermedad de mamá lo tiene asustado, tiene miedo de que ya no haya nadie más con esos mismos recuerdos compartidos, que desaparezcan, que yo no los escuche. Y me los cuenta. Y los repite. Se quiere asegurar de que yo tampoco me los olvide.